Hacía 15 años que Irene estaba casada con
José. La relación había entrado en una meseta donde sólo se limitaban a
saludarse por la mañana, compartir las cenas, mientras miraban televisión y participar
de alguna reunión familiar o de amigos los fines de semana. El vínculo que los
había unido en un principio, por diferentes razones, ya no estaba.
Una noche, durante la comida él apaga el
televisor y le pide hablar. Ella lo mira asombrada y acepta. José le plantea,
sin rodeos, que quiere separarse porque
siente que ya no hay amor entre ellos, que se han convertido en buenos amigos.
Si bien internamente Irene acordaba con
el planteo de José, el pensar en quedarse sola, convertirse en una mujer separada,
contárselo a su madre que le recriminaría no haber hecho todo lo posible por
mantener el hombre a su lado, hizo que entrara en pánico. Reaccionó diciendo
que no, que él no podía hacerle eso, que ella había sido una buena mujer.
Preguntó si había otra, a lo que José contestó que sí. La respuesta fue como un
puñal que sintió en el pecho y le dijo que estaba dispuesta a aceptar lo que
sea, pero que no la abandone.
En una semana, José ya se había mudado a un
departamento alquilado. Irene, presa de la angustia y la ira, entró en un
estado depresivo. A los pocos meses, en un examen médico de rutina, le detectan
un bulto en la mama derecha que, luego de algunos estudios, es diagnosticado
como cáncer.
Frente a esta situación, Irene tendrá opciones. Una es seguir el camino tradicional
de sacarse el bulto que molesta, ese enemigo que viene a invadir, y declararle
la guerra con poderosas armas químicas que no solo aniquilarán al objeto indeseado
sino que erradicaran todo lo que esté a
su alrededor para asegurar que el
enemigo no vuelva a aparecer. Lamentablemente esto, lejos de ser una solución a
lo que se presenta como problema, es una respuesta agresiva que sólo logra
destruir… por un tiempo, colocando a Irene como espectadora de una historia que
se le escapa y que nada puede hacer para retenerla.
Otra opción es que pueda comprender que su
biología está expresando la denuncia de lo que ella interpreta como una
traición. Lo que le va a permitir salir de la trampa en la que está, será revisar
lo que percibió como una necesidad de “no perder el territorio”, por lo que hoy,
frente a la pérdida inminente de su esposo, ‘’está poniendo el pecho para hacer
frente a la situación”.
Como sostiene la Medicina Psicobiológica y
su creador, el Dr. Fernando Callejón: “La vivencia que cada uno haga de lo que
le pasa es biológica. La enfermedad, desde la biología, es una ficción”. Si
pierdo a mi esposo y enfermo, estoy construyendo una verdad que trasciende la
biología.”Empiezo a armar una frase que me lleva a la enfermedad. El dolor que
siento lo enlazo a pensamientos, sentimientos y emociones y hago un discurso de
la enfermedad”. Ese discurso podría ser: No he sabido defender lo que era mío,
nunca lo debí perder, soy una incapaz. Aquí hay una simbiosis entre la
indefensión y lo que interpreto como irreparable.
Y allí estará el terapeuta que con su
escucha comprometida interpretará las razones que la llevaron a enfermarse, abriéndole
la posibilidad de construir un relato
que la ayude a ver lo que le ocurrió,
tal como ella necesita verlo, para curarse. A partir de ese momento se aplicará
el acto terapéutico necesario para Irene (no para el cáncer de mama), porque se
trata de un ser único, irrepetible, con una historia que la hizo reaccionar de
una manera aprendida.
Irene empezará un camino de
autoconocimiento y de transformación personal que le permitirá cambiar la
historia, comprendiendo que no es el otro el
que la llevó a enfermarse sino la
interpretación de los hechos de lo que
el otro hizo y a los que ella le dio un determinado sentido; un sentido que es
producto de los mandatos familiares y generacionales recibidos y que se instalaron
en ella para que repita la historia.
Hoy, consciente de esa interpretación, podrá
trabajar desde el lenguaje, las emociones y el cuerpo para rediseñarse y convertirse, por elección, en la
mejor versión de ella misma.
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