Dice Ernest Borneman que el surgimiento del patriarcado fue una contra-revolución sexual en la que tuvo lugar la pérdida de los hábitos sexuales de las mujeres; que sólo pudieron someter a las mujeres desposeyéndolas de su sexualidad.
Un lugar común de los hábitos perdidos son los corros femeninos y danzas del vientre universalmente encontradas por doquier, desde los tiempos más remotos, que nos hablan de una sexualidad auto erótica y compartida entre mujeres, de todas las edades, desde la infancia.
Las mujeres que habitaban las serranías españolas (las serranas), como las llamadas amazonas en otros lugares del mundo, eran mujeres que se iban a vivir al monte para preservar sus hábitos sexuales. La existencia de estas mujeres contaminaba a las demás que se escapaban de las aldeas por las noches para juntarse con ellas. De allí sus atuendos negros para no ser vistas en la oscuridad. En el siglo XVII se desató como es sabida una campaña de exterminio contra estas mujeres, y pasaron a la historia convertidas en brujas.
El hábito cotidiano de las mujeres de juntarse para bailar y para bañarse es ancestral y universal y nos acerca a vislumbrar el espacio colectivo de mujeres, impregnado de complicidad y basado en una intimidad natural entre las mujeres que hoy sólo prevalece en algunos recónditos lugares del mundo.
En el siglo pasado, el matrimonio Master y Johnson daba a conocer un resultado de sus investigaciones aparentemente sorprendentes: anatómica y fisiológicamente el útero estaba diseñado para realizar cincuenta orgasmos consecutivos y para realizar el proceso de parto de manera placentera, sin violencia y sin dolor. Las llamadas contracciones de parto deberían ser latidos; movimientos suaves de los potentes músculos de la bolsa uterina que se encogen y se distienden, y se vuelven a encoger y distender, rítmicamente; un movimiento ameboide con el que desciende el feto a la salida, al tiempo que los músculos circulares de la bolsa uterina relajan su función de cierre.
Juegos y bailes en corro, y danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico. Así es la sexualidad de la mujer, diversa. La sexualidad de nuestro cuerpo no tiene como única orientación el falo. El falo-centrismo ha sido una consecuencia de la falocracia, de la dominación, que se impuso con la aparición de las sociedades patriarcales esclavistas.
Cuando hablamos de sexualidad, no solo nos referimos a las relaciones coitales, éstas son solo un aspecto más de la sexualidad femenina. Sabemos que los niveles de oxitocina, hormonas del placer, suben en una reunión de amigas, o en una comida de esas donde nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de oxitocina en la vida de una mujer se producen inmediatamente después del parto. También sabemos que los picos no aparecen por arte de magia, sino que todo es un continuum de procesos a lo largo de toda la vida y que unos son la preparación de los que vendrán después.
Nuestra incorporación a la vida pública y la igualdad de los derechos sociales, no puede hacerse haciendo tabla rasa de lo que somos, ni haciendo tabla rasa del matricidio. Somos diferentes a los hombres y nuestra sexualidad nos se complementa unívocamente con la sexualidad masculina. Necesitamos el reconocimiento, el tiempo y el espacio social para la otra sexualidad.
Las mujeres hemos recuperado subjetivamente nuestra dignidad; y hemos necesitado reconocernos iguales para empezar a reconocer nuestra diferencia. Y el reconocimiento de la diferencia nos ha llevado a la mujer perdida y prohibida que tenemos que recuperar.
La represión del deseo materno y sus
consecuencias
Nils
Bergman afirma que la peor situación que se puede encontrar una criatura al
nacer es la separación de la madre; que esta separación es una violación de la
criatura humana cuyo programa innato de crecimiento prevé el contacto piel con
piel con su madre; y que esta violación que sufre la criatura tiene un impacto
de por vida.
La
recuperación del paradigma original de la maternidad, pasa por el
reconocimiento del deseo materno. El deseo materno es una pulsión sexual y
forma parte de la sexualidad humana.
La
sexualidad como proceso de expansión del placer y como desarrollo de la
capacidad orgástica humana para la autorregulación corporal, ha desaparecido o
está desapareciendo de nuestra cultura, de nuestro inconsciente colectivo. Los
terapeutas sexuales, por lo general, se dedican a recomponer parejas que ya no
se desean, en lugar de dedicarse a recomponer a cada persona a partir de los
deseos.
La
ordenación patriarcal de las cosas se mantiene reduciendo la sexualidad a la
genitalidad, puesto que una de sus principales premisas es la de atajar toda la
sexualidad espontánea que no sea falocéntrica, coital y adulta.
La
implementación del Tabú del Sexo requiere que las emociones se desvinculen de
las pulsiones, porque si nos dejamos guiar por la fuerza conjunta de la
emoción-pulsión, se produce la expansión de la sexualidad y la autorregulación;
por eso, las diferentes culturas patriarcales, tienen que promover la desvinculación
de las emociones de las pulsiones con todo tipo de técnicas de
sublimación-codificación, bien sean de tipo moral (emociones buenas o malas,
virtud o pecado) o bien sea de tipo pragmático conductista (emociones positivas
o negativas con respecto a la adaptación a las relaciones de dominación).
La
sexualidad, como expansión del placer, activa las vías de autorregulación.
Somos una criatura humana que nació enamorada de una madre, rebosando de deseos
de placer y complacer, y de amar y ser amadas por nuestras hermanas y hermanos.
Función del útero
El útero
es un órgano que late; que al igual que el corazón, palpita sin dolor,
suavemente, con un movimiento de sístole y de diástole, como el movimiento de
una ameba. A diferencia del corazón que late ininterrumpidamente, el útero sólo
empieza a latir con la excitación sexual,
y es también condición de nuestras vidas, porque tiene la función de
regular las relaciones entre los diferentes sistemas de nuestros cuerpos, así como las relaciones con nuestros
congéneres para mantener y reproducir la vida.
El
estado rígido del útero de la mujer patriarcal fue referido por Wilhem Reich,
en una entrevista que se le hizo en 1952: Los
niños ven frustradas sus necesidades emocionales, su expresión de la vida
emocional, justamente antes de su nacimiento y después de él. Se frustran antes
de su nacimiento por el frío, por lo que llamamos “anorgonosis”, es decir, el
útero espasmódico y contraído. Falta oxígeno y hay un exceso de CO2. Así que la
salida del útero espasmódico constituye realmente un trauma… la mayoría de los
úteros han sido espásticos durante siglos y por eso los nacimientos han sido
dolorosos.
La
antropología ha rastreado la evolución de los hábitos posturales; de cómo hemos
dejado de sentarnos en cuclillas y taburetes bajos, para sentarnos en sillas,
dobladas en tres, sin balancear la pelvis y en cambio forzando la columna.
Realizar los quehaceres cuclillas o en taburetes bajos nos hace tener las
piernas abiertas y la pelvis en movimiento, agachándose decenas de veces al
día.
El
objetivo perseguido, al abandonar éstos hábitos, es que la mujer no sienta ni
se entere siquiera de lo que tiene en su cavidad pélvica; y los hábitos de la
vida cotidiana se tienen que adaptar de tal forma que la pelvis no se tenga
nunca que mover.
En el
neolítico pre patriarcal, inventaron la imagen simbólica de una sirena, mitad
mujer, mitad pez, para representar la voluptuosidad femenina no coital ni
falocéntrica, puesto que una sirena no puede tener relaciones coitales pero
puede balancear la pelvis al aletear.
Una
mujer que desde niña ha sentido el placer y el impulso de su vientre, bailando
y nadando como los delfines, y se ha pasado sus días y haciendo sus tareas
agachándose en cuclillas y levantándose, cuando tenga que parir lo hará con
mucha facilidad.
Sospechamos
que si el útero ha sido perseguido, castigado, y finalmente, borrado de la conciencia de la mujer ha
sido porque posiblemente sea uno de los
órganos vitales en la producción del placer y de los deseos de la mujer.
En la
actualidad, han conseguido que el útero y todas las funciones sexuales de la
mujer vinculadas a l útero no tengan nada que ver con la sexualidad de la
mujer, sino con su salud, y por tanto, quedan a merced exclusiva de los médicos
que se ocupan de las enfermedades de la mujer, a saber, los embarazos, los
partos y los trastornos menstruales.
Una vez
que se ha logrado convertir el útero en castración, el neocortex, dominando el
cerebro ancestral, inhibe la producción del deseo.
Según
Freud, no hay más que una libido y un sólo sexo, el masculino, pues el femenino
sólo es su derivación secundaria, una falta del único existente; sostenía que las niñas en primer lugar pasan
por una fase fálica y sólo después,
cuando se dan cuenta que no tienen pene, admiten su castración, se resignan y
adoptan la feminidad.
La
feminidad es pues algo que se construye secundariamente; pero no después que la
niña constata que no tiene pene, como pretendía Freud, sino después que la
sociedad ha arrasado la feminidad primaria sin dejar apenas rastro de ella,
después de haber culturizado a las niñas en una ruptura psicosomática de su
conciencia y su útero, dejando éste último rígido y en manos de la medicina.
La
feminidad secundaria responde a una sexualidad falocéntrica que destruye el potencial erótico de una mujer.
Conciencia de grupo
Michael
Balint dice que en su integridad primaria la criatura no conoce límites ni
fronteras entre su cuerpo y el cuerpo de su madre; es un ser disuelto en su
entorno, y el “ego” aparece cuando se corta el fluir y el derramamiento del
deseo; es decir, que la formación del “ego” es un modo de reproducirse la
individualización por la vía de la represión.
Antiguamente,
el tránsito de la simbiosis materna a la integración en el grupo humano se
hacía siguiendo el propio deseo de la criatura que fluía hacia otros cuerpos
del entorno. A partir de esto, la
conciencia que se tiene de sí mismo o de sí misma de pertenencia a un grupo,
está muy por encima, y engloba y abarca cualquier aspecto de la percepción de
sí mismo o sí misma como algo individual.
Una se
sienta disuelta entre otros, no hay aristas ni límites; nos movemos por la
búsqueda del bienestar y la reciprocidad pasa a ser un fenómeno universal del
grupo. Pero esto deja de ser posible con la aparición de un nuevo discurso:
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