Tan
presos y presas estamos del pensamiento falocéntrico en materia de sexualidad,
que no nos podemos imaginar otra sexualidad que la que depende del falo.
Así se
llega a afirmar que el deseo que tiene el bebé del cuerpo materno es el deseo
de acostarse con la madre, es decir, de realizar el coito con ella. Semejante
disparate es el pilar sobre el que se ha construido el Complejo de Edipo, por
el que se atribuye al recién nacido no sólo el deseo de consumar el coito con
su madre sino también el deseo de matar al padre.
Esto ha
sido una de las principales agarraderas del Patriarcado moderno para justificar
la represión de las criaturas.
El
reconocimiento de que hay una libido femenina maternal que se orienta hacia la
criatura que la mujer alumbra, socaba los cimientos del discurso patriarcal.
Este reconocimiento llevaría, entre otras cosas, al fin del matrimonio, es
decir, de la pareja heterosexual monogámica estable como célula básica y
principio de autoridad de la sociedad y rompería la triangulación edípica del
deseo.
En
realidad, el reconocimiento de que la sexualidad primaria es una sexualidad
maternal, no falocéntrica, no habría permitido una interpretación del mito de
Edipo en términos del Complejo de Edipo.
No
nacemos con complejos de Edipo, ni con castraciones; no nacemos con carencias,
sino con una enorme producción de deseos, de deseos maternos, que bien pronto
se estrellan contra las pautas y los límites establecidos por las normas
patriarcales.
Pero al producirse
el parto de manera violenta y a continuación negar a la criatura el cuerpo
materno, al prohibir el acoplamiento de flujos y deseos, se produce en los
pequeños seres humanos la primera y más
imperdonable carencia. A cambio de quitarnos los flujos materno que hemos
inducido, nos colocan unos muros en forma de triángulo dentro del cual y en uno
de cuyos vértices habremos de vivir con la mirada fija en los otros dos: el
padre y la madre patriarcal, es decir, la madre que ha negado su propio sexo y
que ha quedado orientada de forma exclusiva y excluyente hacia el falo.
Balint
sostiene que el complejo edípico se crea cuando se separa a la criatura de la
madre. La represión del amor primario produce la herida, la falta básica en la
criatura la cual, en lugar de una madre entrañable se encuentra con la
institución del matrimonio con la que inexorablemente entra en conflicto. El
Edipo no es un complejo innato sino el conflicto que la institución del
matrimonio crea en la criatura.
Si el
conflicto edípico se crea al abandonar la madre a la criatura, la superación
del conflicto y la adaptación al sistema social se logra por la sublimación de
la frustración. La represión de la libido primaria de las criaturas se sublima
y esta sublimación es el reconocimiento del matrimonio de nuestros padres, como
la pareja básica de la sociedad y como la única pareja sexual posible, con los
atributos de poder y de autoridad. La sexualidad desaparece; el amor filial y
el amor maternal definidos por ley son de orden espiritual. Así se organiza la represión general de los
deseos humanos: Primero se
produce la Falta Básica en la criatura; después la criatura sublima la
frustración y entra en el triángulo edípico que garantiza la asepsia de los
deseos y la sumisión a la autoridad.
Y al
quedar así constituido el ser humano, destruidas sus producciones deseantes, el
derramamiento y la reciprocidad, se va destruyendo el apoyo mutuo como forma de
convivencia humana.
El Edipo
se origina cuando la vida rebosante de deseos de la criatura recién nacida, se
mete en triángulo parental, dentro del cual, y como condición de su propia
supervivencia, tendrá que aprender el “amor” espiritual, los “amores” ordenados
por la ley, y la obediencia a los padres. Las pulsiones sexuales que afloren
serán tildadas de falocéntricas, de deseos de consumar el coito con la madre o
el padre; y puesto que la represión de las criaturas es invisible, las
pulsiones agresivas contra los mayores serán contempladas, no como la cólera
que inevitablemente resulta de la frustración, o como una reacción de
autodefensa lógica del puro instinto vital de supervivencia, sino como una
maldad innata de la criatura humana (el tánatos innato). En el inconsciente
quedará de por vida el deseo primario reprimido del cuerpo materno, que, desde
luego, nada tiene que ver con el deseo adulto de realizar el coito.
La
sexualidad infantil no es coital: el deseo materno es el mismo en el bebé con
pene que en el bebé con útero y vagina.
Con la
prohibición del incesto no sólo se evitó la reproducción endogámica, para lo
cual se dice que se inventó dicha prohibición, sino que quedó sentenciado a
muerte el acceso de las criaturas al cuerpo materno, destruyéndose la pareja
sexual básica de la sociedad promotoras de los deseos ilimitados e indefinidos
de las criaturas, sustituyéndola por el matrimonio represor de esos deseos.
La
conciencia de la criatura, en lugar de formarse por la percepción de sí misma
como ser que desea y siente placer, es el resultado de nuestra transformación
en un ser humano libidinalmente aséptico y sumiso a los padres.
Cuando
estamos en el vientre materno, somos toda sensación.
Las experiencias vividas en el plano de las sensaciones quedan grabadas en la
criatura y las almacena en forma de recuerdos. El placer suscita en ella el
sentimiento de bien, y el malestar
proveniente, por ejemplo de un dolor o de una molestia, suscita el sentimiento
de mal.
Las
experiencias hechas por la pequeña criatura, tanto en relación con ella misma
como en relación con su medio, van a formar en ella el nivel de “lo que siento” como prefiguración de lo que desearía
obtener o evitar. A partir de estas experiencias y reacciones, ligadas a
sus sensaciones y sentimientos, ya se constituye en ella una opinión, una
definición interior de lo que está bien y de lo que está mal. La definición
proveniente de la combinación de la sensación y del sentimiento forma el Yo
calificador.
Continúa leyendo: "La culpa"
Continúa leyendo: "La culpa"
No comments:
Post a Comment