Friday, December 21, 2012

Reflexión

Mis abuelos maternos eran muy humildes. Mi abuelo Valentín, un yugoslavo que dejó su país huyendo de los horrores y la pobreza de la guerra, llegó a Argentina en busca de una vida mejor. Trabajó haciendo enormes sacrificios para construir su casa y mantener a su familia. Mi madre cuenta que en Navidad lo único diferente que había era una sidra y un pan dulce que les regalaba el gobierno de aquel momento. No existían los regalos. El festejo se reducía a estar juntos y compartir un día al que le daban un significado especial, de acuerdo a sus creencias.

Jamás a mi abuelo se le hubiese ocurrido robar para comer o darle de comer a los suyos, a pesar de haber pasado momentos muy difíciles; en sus primeros tiempos de recién llegado, el único alimento que conoció fue el pan. Y lo relataba con orgullo por haber podido sobrevivir a la situación, además de la tristeza de haber dejado a sus padres y a sus hermanos a los que nunca volvió a ver.

La historia de mi abuelo es similar a tantas historias de hombres y mujeres que habitaron nuestro bendito país y fueron protagonistas de sus vidas.

Hoy me pregunto: ¿Cuándo y dónde nos perdimos? Porque lo que hoy estamos viviendo en Argentina es una historia que se repite. Lamentablemente tuve la oportunidad de estar en años donde ya hubo saqueos, donde la gente, en aquel momento, se llevaba televisores (no había LSD como ahora), donde demandaban que el dueño de un negocio debía satisfacer las necesidades de los insatisfechos, donde las fuerzas de seguridad debían observar y no actuar (o actuar muy poco).

Lo diferente de esta vez es el grado de agresividad que, sin dudas, ha aumentado con los años.

Necesitamos medidas de fondo, acciones extraordinarias de parte de las autoridades que busquen la causa y trabajen en ello. No es dando lo que el otro exige que lograremos terminar con esta situación, sino generando proyectos sobre la niñez y la juventud; proyectos que no se aboquen a regalar computadoras a los adolescentes o hacer más plazas para los pequeños; nuestros niños y jóvenes son producto del maltrato, la falta de amor, el abuso, el control a través del miedo.

Esta es la generación que tenemos. Es a ellos a quienes necesitamos salir a rescatar. Y con respecto de los mayores, que se hagan cargo de sus acciones; dejemos de comprarles el rol de víctimas que todo el tiempo busca culpables y vive en el pasado; lo único que se logra al seguir validando el discurso, es perpetuarlos en un rol del que jamás van a salir. Lic. Elisa Botti

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