Tuesday, July 31, 2012

La enfermedad, ¿existe o no existe?


Aquella mañana el Tribunal era un hormiguero de gente. Como nunca antes, una multitud ocupaba la enorme sala. La acusada en cuestión no era común; de hecho se la llevaba por primera vez en la historia al banquillo de los acusados.



Se abre una puerta, el juez ingresa a la sala. La multitud enmudece. Su señoría se sienta y sin perder tiempo comienza a hablar:- Señores, nos hemos reunido aquí para llevar a juicio a uno de los personajes más temibles de la historia de la humanidad: La Enfermedad. Los cargos contra ella son: homicidio, acoso moral y físico, discriminación. Dado que la acusada se negó a aceptar un abogado que la defienda, asumirá ella su propia defensa.

 
Damos por comenzada la sesión.
El fiscal se acerca a la acusada y le dice: - Acepta usted haber matado, provocado sufrimiento y amedrentado a millones de personas a lo largo de la historia?
La enfermedad, con una sonrisa burlona contesta: - Me sorprende usted, no sabía que me habían dado tanto poder!
El fiscal, incómodo frente a la respuesta, dice de manera inquisidora: - Le pido conteste a mí pregunta señora.
Como no doctor, dice la acusada, y ya que los cargos sobre mi persona  datan  de largo tiempo, permítame hacer un poco de historia:  
Podemos decir que el  malestar orgánico o emocional siempre existió pero lo que hizo la medicina convencional  fue clasificarlo y eso le dio poder.
Les comento un dato curioso, continuó la Enfermedad: a poco de comenzar la revolución francesa,  un comité del gobierno republicano que se autodenominó “de la salud” decidió que “en un Estado en donde la libertad, la fraternidad y la igualdad reinan, no puede existir esa desigualdad llamada enfermedad”. Es por eso, que decretaron la inmediata anulación de la profesión médica y el cierre de los hospicios y lugares de internación. Como éstos se encontraban en las afueras de la ciudad, la inmediata reacción fue que los locos y los leprosos se acercaran a las ciudades, lo que generó tal pánico entre los miembros de la urbe que rápidamente anularon el decreto y pidieron la desesperada ayuda a los médicos para que los volvieran a llevar a sus lugares. Lo interesante de esta anécdota es que para esa época, yo tenía unos veinte nombres. Al poco tiempo de este hecho, ocurrido en la misma época donde el positivismo reina como manera de pensar, ya me habían puesto  doscientos.  Les recuerdo que el positivismo es la escuela filosófica surgida de la revolución francesa en donde los hechos son analizados y conocidos por el método científico. A partir de allí, el ser humano y la sociedad también son analizados solo por éste método. Actualmente tengo 1600 nombres. Todo lo que se clasificó, pasó a existir.
El fiscal, mostrando un gesto de confusión, preguntó: Quiere decir, según lo que escucho, que usted no existe, que alguien la inventó?
La Enfermedad, complacida, responde: - Veo que usted comprende rápidamente. Ni más ni menos doctor, soy un invento del sistema.
Enojado, el leguleyo, replica: - Por favor, no me haga reír; usted quiere hacernos creer que el nódulo de tiroides que tiene mi esposa, por ejemplo, lo inventó ella?... para qué lo haría?
En primer lugar, doctor, para saber el motivo por el que su esposa hizo un nódulo en tiroides, sería necesario conversar con ella. En la historia que nos traiga, estará  la respuesta.
– Se encuentra la esposa del doctor en la sala? pregunta la Enfermedad.
En el fondo una mujer levanta con fuerza su mano, se pone de pie  y dice: - Yo soy! Y quiero que sepa que desde que usted apareció en mi vida, no he dejado de visitar médicos, tomar medicación y hacerme estudios invasivos…. hasta ahora dicen que usted es benigna conmigo… y ni se le ocurra querer hacerme algo malo… entendió?
Señora, dice la Enfermedad, le pregunto:- Quién le hizo los estudios invasivos, quién le dio una medicación? Mi médico, por supuesto, respondió la señora. Y continuó la Enfermedad: - quién le dio autoridad a ese médico, confiando ciegamente en lo que él decía, permitiendo que ataque su cuerpo como si usted tuviese un enemigo interno al que hay que derrotar? Yo, contestó la señora…  supongo, suponemos dice (mirando a toda la audiencia) que los médicos  saben, que tienen la verdad… para eso estudiaron.
Y con todo eso que le hicieron… usted está mejor? Pregunta la acusada. – Mejor, no sé, pero por lo menos no avanzó, dice la señora.
Bien, dice en un tono reflexivo la Enfermedad,  por lo que veo, usted no está comprendiendo cuál es mi función, el para qué aparezco en su vida. Le pido que tome asiento, ya bastante cansada debe estar arremetiendo todos los días para poder llegar. La mujer, sorprendida, le pregunta: - Y usted como sabe eso?
Mi estimada señora… cuénteme un día de su vida,  dice  la Enfermedad en un tono muy afable a la esposa del fiscal. El juez, el jurado  y el público presente en la sala observaban y escuchaban con interés.
Le cuento, dice la mujer: - cada día me levanto muy temprano, llamo a mis hijos, los llevo al colegio; luego vuelvo, me ducho y voy a la oficina; allí todo es urgente y la demanda constante; regreso a casa a la tarde, ayudo a mis hijos a hacer sus tareas del colegio; luego llega mi esposo que se instala frente al televisor porque quiere evadirse de lo vivido durante el día, lo atiendo,  preparo la cena…
Señora, la interrumpe la Enfermedad, ya me agoté de tan solo escucharla.
Verdaderamente así me siento, dice la mujer, agotada, sin poder llegar a cumplir con todo… y sola. El auditorio dirigió su mirada hacia el fiscal, el que bajó la cabeza como eludiendo el impacto.
Bien señora, dice la Enfermedad, permítame traerle una interpretación: como usted siente que no llega a tiempo con todo y además se ve sola frente a tanto desafío, su biología busca responder a su necesidad y produce más hormona tiroidea que le permita apurarse y llegar a cumplir con todas las exigencias. Y a eso la medicina convencional le pone mi nombre: Enfermedad. Y, en lugar de buscar la manera de alivianar su sensación de desgaste y frustración, actúa con ese nódulo como si se tratase de un enemigo al que hay que destruir; puede usted comprender que su biología hace por usted lo que usted no puede hacer? Puede usted darse cuenta que si busca la forma de interpretar la situación desde otro lugar y actuar en consecuencia, su nódulo dejaría de estar ya que usted encontraría el camino para desarticular el conflicto, aquello que hoy hace que usted se sienta de la manera en  que se siente? Póngale palabras a lo que le pasa, señora. Una de las claves para sanar está en el lenguaje.
La mujer mirando atónita a la Enfermedad, pregunta:- Pero hay médicos que puedan escucharme?. Felizmente si, le podría nombrar alguno, por ejemplo, el doctor Auscultare*. Quiere decir, agrega con entusiasmo la mujer, que el doctor Auscultare me puede curar?. La Enfermedad hace una respiración  profunda, y contesta:- El doctor la va a escuchar, y la va a asistir para que juntos, usted y él, encuentren lo mejor para usted, aquello que le permita salir del espacio de sufrimiento en el que hoy se encuentra.  En ese momento, un murmullo comenzó a invadir la sala… y se empezaron a escuchar, cada vez más fuerte, voces que preguntaban: - Y yo que soy diabética, que debo hacer… y yo que tengo cáncer… yo soy hipertenso… y yo tengo artritis…
Señores!!!, dice la Enfermedad, en un tono asertivo y que retumbó en todo el auditorio: - En primer lugar, no hay un protocolo para cada sintomatología, necesitaría escuchar de cada uno, su historia. Y en segundo lugar, empiecen por cambiar el lenguaje, y señalando con el dedo índice a personas del público, dice: - Usted no tiene diabetes, usted no es hipertenso. Ambos presentan determinados síntomas que la medicina, a través de diversos estudios, ha clasificado poniéndole un nombre. Y, a partir del momento que lo nombraron, empezaron a perpetuarlo en sus cuerpos. El lenguaje, señores, genera realidades. Como les dije al principio de esta audiencia, todo lo que nombramos pasa a existir… y dejen de llamarme Enfermedad, ese no es mi nombre…
Cuál es su nombre, entonces? pregunta un señor que se encontraba en primera fila. La enfermedad, pensativa y con cierto dejo de tristeza en su voz, contesta: - No sé, tal vez podría ser… angustia, rencor, soledad, abandono…  ustedes encontrarán  mí nombre, revisando su propia historia.
A esa altura, la sala se había convertido en una torre de Babel. Cada uno hablaba con el que tenía al lado, contándole algo personal,  y el clima sórdido del principio se había transformado en comentarios amenos, escuchas empáticas y risas cómplices; parecía que ese otro que tenían al lado ya no era un desconocido sino alguien que les resultaba familiar, alguien que les generaba confianza.
Frente a tal descontrol, el juez dio tres martillazos sobre el escritorio y gritó: - Orden en la sala! Poco a poco las voces se fueron acallando y el juez continuó: - Bien, señores, luego de escuchar todo lo hablado hasta aquí, voy a pedirle al jurado que se expida,  y dirigiendo su mirada hacia el banquillo de los acusados dijo: Enfermedad… o como se llame, póngase de pié. Apenas termina de decir esto, y frente a la sorpresa de los presentes, se da cuenta que el banquillo de los acusados está vacío. Mira hacia la puerta de entrada que permanecía cerrada… la Enfermedad  se había esfumado, como por arte de magia.
Señores, dijo el juez sin salir de su asombro, es evidente que la Enfermedad ha desaparecido. .. luego de unos segundos que resultaron eternos, prosiguió: -Quedan nulos todos los cargos que se levantaron contra ella. Doy por finalizada la sesión.
Poco a poco el público, murmurando,  se fue retirando de la sala. El juez se levantó y antes de abandonar el lugar, se dirigió a su secretario y le dijo al oído:- Consígame el teléfono de ese tal doctor Auscultare; tengo un problemita en la próstata y quiero hacerle una consulta; y prosiguió:- Esto… entre usted y yo, no se lo comente a mi urólogo. Quédese tranquilo señor juez, respondió el asistente.
Mientras tanto, en los pasillos del Tribunal, la gente seguía conversando…
Una mujer, que iba del brazo de su amiga, comentaba: - Entonces no me tengo que poner la vacuna contra la gripe… y para qué te la pondrías, pregunta la otra… y, para prevenir, responde. Soltando una carcajada, la amiga le contesta: - Qué vas a prevenir, si no existe?
La mujer, en un tono reflexivo, responde: Si…  entiendo, pero es muy difícil, hace cantidad de años que venimos haciendo lo mismo.
Acuerdo con vos, dice la amiga, pero hasta aquí ese paradigma poco nos ha servido, te diría que nada. Yo, por de pronto, voy a empezar a escuchar a mi cuerpo cuando me hable a través de un síntoma y si no logro decodificar el mensaje, buscaré un terapeuta que me asista.
La mujer, que estaba escuchando atentamente, responde: - Yo aún no tengo claro qué hacer, lo que sí puedo decirte es que me invade una sensación rara, diferente.
Podrías describirla con una palabra? Pregunta la amiga.
Después de unos segundos, y con una sonrisa, la mujer contesta: ESPERANZA.

*Auscultare: del latín, prestar atención a lo que se oye..


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