Aquella mañana el Tribunal era un
hormiguero de gente. Como nunca antes, una multitud ocupaba la enorme sala. La
acusada en cuestión no era común; de hecho se la llevaba por primera vez en la
historia al banquillo de los acusados.
Se abre una puerta, el juez ingresa a la
sala. La multitud enmudece. Su señoría se sienta y sin perder tiempo comienza a
hablar:- Señores, nos hemos reunido aquí para llevar a juicio a uno de los
personajes más temibles de la historia de la humanidad: La Enfermedad. Los
cargos contra ella son: homicidio, acoso moral y físico, discriminación. Dado
que la acusada se negó a aceptar un abogado que la defienda, asumirá ella su
propia defensa.
Damos por comenzada la sesión.
El fiscal se acerca a la acusada y le dice:
- Acepta usted haber matado, provocado sufrimiento y amedrentado a millones de
personas a lo largo de la historia?
La enfermedad, con una sonrisa burlona
contesta: - Me sorprende usted, no sabía que me habían dado tanto poder!
El fiscal, incómodo frente a la respuesta,
dice de manera inquisidora: - Le pido conteste a mí pregunta señora.
Como no doctor, dice la acusada, y ya que
los cargos sobre mi persona datan de largo tiempo, permítame hacer un poco de
historia:
Podemos decir que el malestar orgánico o emocional siempre existió
pero lo que hizo la medicina convencional fue clasificarlo y eso le dio poder.
Les comento un dato curioso, continuó la Enfermedad: a poco
de comenzar la revolución francesa, un
comité del gobierno republicano que se autodenominó “de la salud” decidió que
“en un Estado en donde la libertad, la fraternidad y la igualdad reinan, no
puede existir esa desigualdad llamada enfermedad”. Es por eso, que decretaron
la inmediata anulación de la profesión médica y el cierre de los hospicios y
lugares de internación. Como éstos se encontraban en las afueras de la ciudad,
la inmediata reacción fue que los locos y los leprosos se acercaran a las
ciudades, lo que generó tal pánico entre los miembros de la urbe que rápidamente
anularon el decreto y pidieron la desesperada ayuda a los médicos para que los
volvieran a llevar a sus lugares. Lo interesante de esta anécdota es que para
esa época, yo tenía unos veinte nombres. Al poco tiempo de este hecho, ocurrido
en la misma época donde el positivismo reina como manera de pensar, ya me habían
puesto doscientos. Les recuerdo que el positivismo es la escuela
filosófica surgida de la revolución francesa en donde los hechos son analizados
y conocidos por el método científico. A partir de allí, el ser humano y la
sociedad también son analizados solo por éste método.
Actualmente tengo 1600 nombres. Todo lo que se clasificó, pasó a
existir.
El fiscal, mostrando un gesto de confusión,
preguntó: Quiere decir, según lo que escucho, que usted no existe, que alguien
la inventó?
La Enfermedad, complacida, responde: - Veo
que usted comprende rápidamente. Ni más ni menos doctor, soy un invento del
sistema.
Enojado, el leguleyo, replica: - Por favor,
no me haga reír; usted quiere hacernos creer que el nódulo de tiroides que
tiene mi esposa, por ejemplo, lo inventó ella?... para qué lo haría?
En primer lugar, doctor, para saber el
motivo por el que su esposa hizo un nódulo en tiroides, sería necesario
conversar con ella. En la historia que nos traiga, estará la respuesta.
– Se encuentra la esposa del doctor en la
sala? pregunta la Enfermedad.
En el fondo una mujer levanta con fuerza su
mano, se pone de pie y dice: - Yo soy! Y
quiero que sepa que desde que usted apareció en mi vida, no he dejado de visitar
médicos, tomar medicación y hacerme estudios invasivos…. hasta ahora dicen que
usted es benigna conmigo… y ni se le ocurra querer hacerme algo malo… entendió?
Señora, dice la Enfermedad, le pregunto:-
Quién le hizo los estudios invasivos, quién le dio una medicación? Mi médico,
por supuesto, respondió la señora. Y continuó la Enfermedad: - quién le dio
autoridad a ese médico, confiando ciegamente en lo que él decía, permitiendo
que ataque su cuerpo como si usted tuviese un enemigo interno al que hay que
derrotar? Yo, contestó la señora… supongo, suponemos dice (mirando a toda la
audiencia) que los médicos saben, que
tienen la verdad… para eso estudiaron.
Y con todo eso que le hicieron… usted está
mejor? Pregunta la acusada. – Mejor, no sé, pero por lo menos no avanzó, dice
la señora.
Bien, dice en un tono reflexivo la
Enfermedad, por lo que veo, usted no
está comprendiendo cuál es mi función, el para qué aparezco en su vida. Le pido
que tome asiento, ya bastante cansada debe estar arremetiendo todos los días
para poder llegar. La mujer, sorprendida, le pregunta: - Y usted como sabe eso?
Mi estimada señora… cuénteme un día de su
vida, dice la Enfermedad en un tono muy afable a la
esposa del fiscal. El juez, el jurado y
el público presente en la sala observaban y escuchaban con interés.
Le cuento, dice la mujer: - cada día me
levanto muy temprano, llamo a mis hijos, los llevo al colegio; luego vuelvo, me
ducho y voy a la oficina; allí todo es urgente y la demanda constante; regreso
a casa a la tarde, ayudo a mis hijos a hacer sus tareas del colegio; luego
llega mi esposo que se instala frente al televisor porque quiere evadirse de lo
vivido durante el día, lo atiendo, preparo la cena…
Señora, la interrumpe la Enfermedad, ya me
agoté de tan solo escucharla.
Verdaderamente así me siento, dice la mujer,
agotada, sin poder llegar a cumplir con todo… y sola. El auditorio dirigió su
mirada hacia el fiscal, el que bajó la cabeza como eludiendo el impacto.
Bien señora, dice la Enfermedad, permítame
traerle una interpretación: como usted siente que no llega a tiempo con todo y
además se ve sola frente a tanto desafío, su biología busca responder a su
necesidad y produce más hormona tiroidea que le permita apurarse y llegar a
cumplir con todas las exigencias. Y a eso la medicina convencional le pone mi
nombre: Enfermedad. Y, en lugar de buscar la manera de alivianar su sensación
de desgaste y frustración, actúa con ese nódulo como si se tratase de un
enemigo al que hay que destruir; puede usted comprender que su biología hace
por usted lo que usted no puede hacer? Puede usted darse cuenta que si busca la
forma de interpretar la situación desde otro lugar y actuar en consecuencia, su
nódulo dejaría de estar ya que usted encontraría el camino para desarticular el
conflicto, aquello que hoy hace que usted se sienta de la manera en que se siente? Póngale palabras a lo que le
pasa, señora. Una de las claves para sanar está en el lenguaje.
La mujer mirando atónita a la Enfermedad,
pregunta:- Pero hay médicos que puedan escucharme?. Felizmente si, le podría
nombrar alguno, por ejemplo, el doctor Auscultare*. Quiere decir, agrega con
entusiasmo la mujer, que el doctor Auscultare me puede curar?. La Enfermedad hace
una respiración profunda, y contesta:- El
doctor la va a escuchar, y la va a asistir para que juntos, usted y él,
encuentren lo mejor para usted, aquello que le permita salir del espacio de
sufrimiento en el que hoy se encuentra. En ese momento, un murmullo comenzó a invadir
la sala… y se empezaron a escuchar, cada vez más fuerte, voces que preguntaban:
- Y yo que soy diabética, que debo hacer… y yo que tengo cáncer… yo soy
hipertenso… y yo tengo artritis…
Señores!!!, dice la Enfermedad, en un tono
asertivo y que retumbó en todo el auditorio: - En primer lugar, no hay un
protocolo para cada sintomatología, necesitaría escuchar de cada uno, su
historia. Y en segundo lugar, empiecen por cambiar el lenguaje, y señalando con
el dedo índice a personas del público, dice: - Usted no tiene diabetes, usted no
es hipertenso. Ambos presentan determinados síntomas que la medicina, a
través de diversos estudios, ha clasificado poniéndole un nombre. Y, a partir
del momento que lo nombraron, empezaron a perpetuarlo en sus cuerpos. El
lenguaje, señores, genera realidades. Como les dije al principio de esta
audiencia, todo lo que nombramos pasa a existir… y dejen de llamarme
Enfermedad, ese no es mi nombre…
Cuál es su nombre, entonces? pregunta un
señor que se encontraba en primera fila. La enfermedad, pensativa y con cierto
dejo de tristeza en su voz, contesta: - No sé, tal vez podría ser… angustia,
rencor, soledad, abandono… ustedes
encontrarán mí nombre, revisando su
propia historia.
A esa altura, la sala se había convertido
en una torre de Babel. Cada uno hablaba con el que tenía al lado, contándole
algo personal, y el clima sórdido del
principio se había transformado en comentarios amenos, escuchas empáticas y
risas cómplices; parecía que ese otro que tenían al lado ya no era un
desconocido sino alguien que les resultaba familiar, alguien que les generaba
confianza.
Frente a tal descontrol, el juez dio tres
martillazos sobre el escritorio y gritó: - Orden en la sala! Poco a poco las
voces se fueron acallando y el juez continuó: - Bien, señores, luego de escuchar
todo lo hablado hasta aquí, voy a pedirle al jurado que se expida, y dirigiendo su mirada hacia el banquillo de
los acusados dijo: Enfermedad… o como se llame, póngase de pié. Apenas termina
de decir esto, y frente a la sorpresa de los presentes, se da cuenta que el banquillo
de los acusados está vacío. Mira hacia la puerta de entrada que permanecía
cerrada… la Enfermedad se había
esfumado, como por arte de magia.
Señores, dijo el juez sin salir de su
asombro, es evidente que la Enfermedad ha desaparecido. .. luego de unos
segundos que resultaron eternos, prosiguió: -Quedan nulos todos los cargos que
se levantaron contra ella. Doy por finalizada la sesión.
Poco a poco el público, murmurando, se fue retirando de la sala. El juez se
levantó y antes de abandonar el lugar, se dirigió a su secretario y le dijo al
oído:- Consígame el teléfono de ese tal doctor Auscultare; tengo un problemita
en la próstata y quiero hacerle una consulta; y prosiguió:- Esto… entre usted y
yo, no se lo comente a mi urólogo. Quédese tranquilo señor juez, respondió el
asistente.
Mientras tanto, en los pasillos del
Tribunal, la gente seguía conversando…
Una mujer, que iba del brazo de su amiga,
comentaba: - Entonces no me tengo que poner la vacuna contra la gripe… y para
qué te la pondrías, pregunta la otra… y, para prevenir, responde. Soltando una
carcajada, la amiga le contesta: - Qué vas a prevenir, si no existe?
La mujer, en un tono reflexivo, responde:
Si… entiendo, pero es muy difícil, hace
cantidad de años que venimos haciendo lo mismo.
Acuerdo con vos, dice la amiga, pero hasta
aquí ese paradigma poco nos ha servido, te diría que nada. Yo, por de pronto,
voy a empezar a escuchar a mi cuerpo cuando me hable a través de un síntoma y
si no logro decodificar el mensaje, buscaré un terapeuta que me asista.
La mujer, que estaba escuchando
atentamente, responde: - Yo aún no tengo claro qué hacer, lo que sí puedo
decirte es que me invade una sensación rara, diferente.
Podrías describirla con una palabra?
Pregunta la amiga.
Después de unos segundos, y con una sonrisa,
la mujer contesta: ESPERANZA.
*Auscultare: del latín, prestar atención a
lo que se oye..
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